Corriendo en el Punta Cana Half Marathon

, 11 de junio del 2016

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La alarma de mi teléfono celular indicaba que ya era hora de levantarme. Aunque siempre existe un poco de ansiedad antes de una competencia, había dormido profundamente y estaba descansado. Empecé a alistarme. Había traído de casa todo lo necesario para ejecutar mi rutina usual de preparación antes de una carrera.

Ya en el lobby del hotel, quince minutos antes de empezar la competencia crucé la calle hacia el punto de salida. Aún era de noche, pero la oscuridad no se percibía como un obstáculo. El bullicio de la gente, la energía del ambiente y el optimismo de los participantes, la ahogaban.

Sonó la partida y vi cómo delante de mí comenzó a avanzar la cadena humana de corredores. Presioné “start” en mi reloj de correr, “play” en mi Ipod y comencé a mover mis piernas.

La primera vez que corrí en un medio maratón fue en noviembre de 2015. Aquella vez no me sentía tan preparado, así que fui muy conservador con la velocidad a la que corría, el “pace” , como la llaman los maratonistas. En esa ocasión mi única meta era terminar la carrera, no me importaba tanto en cuánto tiempo, sino ser capaz de hacer los 21.5 kilómetros completos. Y lo logré, lo hice, completé la carrera. Sin embargo, aquella no fue una experiencia que disfruté mientras la ejecutaba, sino después, luego de cruzar la meta. Durante el trayecto estuve monitoreando todas las variables que pudieran impedir que llegara a la meta – mi hidratación, los latidos de mi corazón, mis niveles de energía, la sensación en mis piernas – y haciendo los ajustes necesarios.

De modo que cuando me inscribí en el medio maratón de Punta Cana mi objetivo era mejorar mi tiempo con respecto a la competencia anterior. Había entrenado mucho y tenía más experiencia en correr. Durante las prácticas, mi cuerpo se sentía cómodo, ligero, y estaba mejorando en mis tiempos. Incluso, había perdido un poco de peso.

Para tratar de garantizar el mayor nivel de descanso y el menor de stress viajé a Punta Cana desde el viernes en la mañana. Ese día y el sábado pude disfrutar un poco (dentro de las recomendaciones previas a una carrera) de lo que la zona tiene para ofrecer : sus restaurantes, sus playas… Para mí, estar ahí es estar en otra República Dominicana. Desde la infraestructura, la forma casual de vestir a cualquier hora y la actitud de sus habitantes, se vive allá otra realidad. Y ciertamente, poder hospedarse en un hotel que queda al lado del punto de partida presenta beneficios de logística inmensos, sobre todo para participar en una competencia que empieza en la madrugada.

Habían pasado solo un par de minutos desde el inicio de la carrera y me sentía fantástico. Corríamos entre casas, y yo iba rebasando a los participantes que tenia delante, veía en mi reloj que iba un poco mas rápido de mi velocidad meta, pero pensé en seguir un poco más hasta alejarme del entaponamiento de corredores. El amanecer era fresco y lo que iba viendo me distraía del esfuerzo físico que estaba haciendo. En un par de ocasiones pensé en bajar mi velocidad, pero me sentía tan cómodo que asumí que mi cuerpo simplemente estaba en mejores condiciones de lo que pensaba. Durante todo el trayecto había mucha vegetación y su olor impregnaba el aire de frescura. El personal del evento asistía indicando la ruta, motivando y entregando líquidos a los corredores. Sonaban las canciones de mi “playlist”, los kilómetros pasaban y yo seguía avanzando entre los competidores. Ya estaban apareciendo en mi mente las imágenes de la celebración de mi nuevo record personal .

No obstante, alrededor del kilómetro 11 mi cuerpo empezó a sentirse fatigado. Ya el sol había salido y estaba brillando con intensidad, mi frente y mi torso estaban empapados de sudor. Corríamos al lado de un majestuoso mar azul, impresionante, resplandeciente, pero que brotaba ardiente. La sensación de calor era sofocante y mi organismo ya venía con ardor por la velocidad que llevaba. El agotamiento estaba presente. Me faltaba casi la mitad de la distancia y a medida que el tiempo pasaba, más que enfriar, el sol calentaba más.

Tuve que reducir la aceleración para tratar de bajar mi temperatura corporal y combatir la calidez de la mañana. No fue suficiente: debí caminar. ¡Después que llevaba tan buen tiempo, tuve que caminar! El resto fue difícil, entre caminar y trotar. Era como si hubiera fundido mi motor interno . Había pasado de creer que iba a tener un record personal a no saber si iba a poder llegar a la meta corriendo.

Por suerte para mí, en el kilómetro 20 había una estación de líquidos, uno de los asistentes me preguntó si quería tomar agua, le indiqué que no y le señalé el cubo azul donde hubo hielo para enfriar la botellitas. El captó el mensaje y me roció la fría agua en la espalda. ¡Uff! ¡Que sensación! Sentí como si mis fuerzas prendieran de nuevo. Mis piernas respondieron y pude terminar la carrera corriendo a mi “pace” meta (irónico, ¿no?). Al final, hice exactamente el mismo tiempo que en el medio maratón de noviembre aunque a una velocidad mucho menos consistente.

Lo interesante de los medio maratones es que no son competencias puramente físicas, sino que hay que ponerle mente al esfuerzo. Hay que poner el corazón, pero debe correrse con el cerebro.

Yo subestimé esta carrera, me dejé deslumbrar de la belleza natural del trayecto, de lo cómodo del terreno, me volví ambicioso y no tomé en cuenta su principal amenaza: la humedad. Me distraje con lo competitivo del evento y no administré mis herramientas para hacer un buen tiempo.

Pero bien, lección aprendida. Al medio maratón de Punta Cana y a mí nos queda algo pendiente. Ahora mismo, el marcador esta 1 a 0 a favor de la carrera.

¡Nos veremos en 2017!

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